Aviso:
“QUIENES ESTAMOS CONSCIENTES DE LA GRAN OBRA DEL GOBIERNO MILITAR,
ANULAREMOS NUESTROS VOTOS EN LAS FUTURAS ELECCIONES (DE CONCEJALES),
EN DEMANDA DE LA LIBERTAD DE LOS SALVADORES DE CHILE ENCARCELADOS,
Y POR EL FIN DEL PREVARICADOR ACOSO JUDICIAL EXISTENTE EN CONTRA DE ELLOS”

Encíclica SPE SALVI del Santo Padre Benedicto XVI



Fr. Víctor Manuel Alcalde Quintas, ofm
Spe Salvi, la segunda encíclica de Benedicto XVI, que está dedicada a la esperanza cristiana, consta de una introducción y ocho capítulos y se abre con el pasaje de la Carta de San Pablo a los Romanos: Spe Salvi facti sumus (en esperanza fuimos salvados).


Según la fe cristiana, -explica el Papa en la introducción- la redención, la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.


Por lo tanto, elemento distintivo de los cristianos es el hecho de que ellos tienen un futuro, saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. El Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva.


Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza, explica el Papa. El problema para los que vivimos siempre con el concepto cristiano de Dios es el estar acostumbrados al Evangelio: el tener esperanza, que proviene del encuentro real con Dios, resulta ya casi imperceptible.
El Papa recuerda que Jesús no traía un mensaje socio revolucionario como el de Espartaco y no era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá. Lo que Jesús había traído era algo totalmente diverso: el encuentro con el Dios vivo, el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud, y que por ello transforma desde dentro la vida y el mundo, aunque las estructuras externas permanecieran igual.


Cristo nos hace libres verdaderamente: No somos esclavos del universo y de las leyes y de la casualidad de la materia. Somos libres porque el cielo no está vacío, porque el Señor del universo es Dios, que en Jesús se ha revelado como Amor.


La libertad es una conquista que cada hombre y cada generación deben protagonizar. No obstante, cada generación tiene que ofrecer también su propia aportación a la historia para ayudar a la generación sucesiva sobre como orientar al recto uso de la libertad humana y, siempre dentro de los límites humanos, proporcionar una cierta garantía también para el futuro.
Los logros de los que nos antecedieron y las buenas estructuras ayudan, pero por sí solos no bastan. El hombre nunca puede ser redimido solamente desde fuera de sí mismo (la sociedad, los gobiernos, la ciencia…). Con semejante expectativa se pide demasiado a la sociedad y a la ciencia; esta especie de esperanza es falaz.

Ellas pueden contribuir mucho a la humanización del mundo y de la humanidad. Pero también pueden destruir al hombre y al mundo si no están orientadas por principios y fuerzas mayores a ellas mismas.


El cristianismo moderno, ante los éxitos de la ciencia y la evolución de la organización de la sociedad, se ha concentrado en gran parte sólo sobre el individuo y su salvación, sólo. Con esto ha reducido el horizonte de su esperanza y no ha reconocido tampoco suficientemente la grandeza de su cometido, un cometido que es la misión de Jesucristo, Salvador y Redentor de toda la humanidad, de cada hombre y de cada mujer, junto con la creación de una estructura mundial nueva que Él instaurará (el Reino de Dios) como don que lo consumará todo llevándolo a su plenitud, también a través de la colaboración y la vida de todos los que son de Cristo.


No es la ciencia la que redime al hombre ni un gobierno o una sociedad los que lo redimen. El hombre es redimido por el amor.

Humanamente, cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de ‘redención’ que da un nuevo sentido a su existencia. Este amor humano, cuando es verdadero y leal, es maravilloso y redentor, pero perecedero y por ello insuficiente y frustrante si ha sido tomado como centro y fundamento de la propia vida. Por si solo, un amor que nos deja, que se acaba, que muere no soluciona el problema de la vida del individuo.
El ser humano necesita un amor incondicionado y plenamente libre, libre incluso respecto del espacio y del tiempo, de la muerte. Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces –sólo
entonces– el hombre es ‘redimido’ en todo su ser y de una vez por todas. Esto es lo que se ha de entender cuando decimos que Jesucristo nos ha ‘redimido’. Por todo esto, quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida: el sentirse invulnerable por ser incondicionalmente amado, preferido.
Quien ha sido tocado por un amor así empieza a intuir lo que sería propiamente ‘vida’ si a este amor se pudiera dedicar con todo su ser y con todo su tiempo –por toda la eternidad-. Empieza a intuir qué quiere decir la palabra esperanza que hemos encontrado en el rito del Bautismo: de la fe se espera la ‘vida eterna’, la vida verdadera que, totalmente y sin amenazas, es sencillamente vida en toda su plenitud porque se vive en y para el Amor en toda su plenitud.


Jesús que dijo de sí mismo que había venido para que nosotros tengamos la vida y la tengamos en plenitud, en abundancia (cf. Jn 10,10), nos explicó también qué significa “vida”: “Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17,3). 

La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida. Entonces “vivimos”.
Cabe aquí esa pregunta que en los labios de tantos contemporáneos nuestros se hace en tono de acusación: de este modo, ¿de este modo la fe cristiana no es quizás el individualismo de la salvación? ¿En la esperanza sólo para mí que además, precisamente por eso, no es una esperanza verdadera porque olvida y descuida a los demás?
Bajo ningún concepto puede entenderse así la fe y la esperanza en Cristo. La relación con Dios se establece a través de la comunión con Jesús. Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su “ser para todos”, hace que éste sea nuestro modo de ser. Nos compromete en favor de los demás, pero sólo estando en comunión con Él podemos realmente llegar a ser para los demás, para todos.


Como dice el gran doctor griego de la Iglesia, san Máximo el Confesor († 662), “Quien ama a Dios no puede guardar para sí el dinero, sino que lo reparte ‘‘según Dios'', a imitación de Dios, sin discriminación alguna”. Del amor a Dios se deriva la participación en la justicia y en la bondad de Dios hacia los otros con una exigencia de compromiso radicalmente profética, revolucionaria, incluso subversiva ante las estructuras injustas; amar a Dios requiere la libertad interior respecto a todo lo que se posee y todas las cosas materiales, también respecto a la seguridad y el confort de ser “uno más” del conjunto de personas que viven dentro de un sistema injusto para con los que pagan el precio de esa seguridad y de ese bienestar o confort: el amor de Dios se manifiesta en la responsabilidad por el otro hasta anteponer su bien y su felicidad a los propios. Esta es la filosofía que ilumina el intelecto y el corazón humanos, elevándolos a su verdadera estatura y dignidad.
Cristo es el verdadero filósofo que nos dice quien es en realidad el hombre y qué debe hacer para ser verdaderamente hombre. Él indica también el camino más allá de la muerte; sólo quien es capaz de hacer todo esto es un verdadero maestro de vida.

Y nos ofrece una esperanza que es al mismo tiempo espera y presencia: porque el hecho de que este futuro exista cambia el presente. El Papa observa que tal vez muchas personas rechazan hoy la fe
simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable.


Entendida como una prolongación sin fin de la vida actual, la idea se hace poco menos que odiosa, y siendo ‘eso’ lo que promete la fe… se hace una promesa y un logro poco deseables.
La crisis actual de la fe es sobre todo una crisis de la esperanza cristiana. El restablecimiento del ‘paraíso’ perdido, ya no se espera de la fe sino de los progresos técnicos y científicos, de los que surgirá el reino del hombre. La esperanza se transforma de ese modo en fe en el progreso asentada sobre dos columnas: la razón y la libertad, que parecen garantizar de por sí, en virtud de su bondad intrínseca, una nueva comunidad humana perfecta.


Hay dos etapas esenciales de la concreción política de esta esperanza -prosigue Benedicto XVI-: la Revolución francesa y la marxista.

Ante la evolución de la Revolución francesa la Europa de la Ilustración ha tenido que reflexionar de manera nueva sobre la razón y la libertad. Por otra parte, la revolución proletaria ha dejado tras de sí una destrucción desoladora. El error fundamental de Marx ha sido éste: Ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado.

Su verdadero error es el materialismo. Digámoslo ahora de manera muy sencilla -escribe el Papa- el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza. El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior. El hombre es redimido por el amor. Un amor incondicional, absoluto: La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser
Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo.


El Papa indica cuatro lugares para aprender y ejercitar la esperanza. El primero es la oración: Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme Él puede ayudarme.
Después de la oración esta el actuar. La esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa, con la cual luchamos para que el mundo llegue a ser un poco más luminoso y humano. Y solamente si sé que mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del amor, puedo esperar.


También el sufrimiento es un lugar de aprendizaje de la esperanza. Conviene ciertamente hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento, sin embargo lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento sino la capacidad de aceptarlo, madurar en esa aceptación y encontrar en todo ello un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito. Es también fundamental, saber sufrir con los demás y por los demás. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren es una sociedad cruel e inhumana.

Finalmente, otro lugar para aprender la esperanza es el Juicio de Dios. Existe la resurrección de la carne. Existe una justicia. Existe la revocación del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el
derecho. 
El Papa se muestra convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial, o en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna. Es imposible que la injusticia de la historia sea la última palabra. Pero en su justicia está también la gracia. La gracia no excluye la justicia.

Al final, los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada.


SUBRAYADOS
1) Un dato que ayuda a reconocer la coherencia interna entre los documentos que nos ha entregado el magisterio de Benedicto XVI es que el Papa, a través de la esperanza, vuelva de nuevo a la convicción cristiana de que Dios es Amor, y que lo es con el rostro de Jesús, el Cristo. Que “Dios es amor” (primera encíclica), un amor tan entregado que desea ser encarnado y perpetuado en la vida de cada uno de nosotros por la vida eucarística (exhortación apostólica postsinodal “Sacramentum caritatis”) y que esta Buena Nueva nos redime como esperanza ya realizada en la historia tiene una clara repercusión social-comunitaria:
-El Amor que es Dios transforma a quien toca.
-Mientras que vivir la fe cristiana (esencialmente eucarística) transforma a fondo nuestro vivir, nos muestra que lo experimentado anhelamos su pleno cumplimiento, todavía no, sin huir de la tierra, (nn 1-3). Si el cristianismo histórico se renueva una y otra vez en esta experiencia del Dios de Jesús, y no en cualquier otro interés o temor, tiene mucho que aportar al mundo y a la propia Iglesia.


2) El concepto cristiano de esperanza (nn 4-9) es peculiar en la relación que establece entre el ya sí de su historicidad real y concreta –presente- y el todavía no de su plenitud al final de los tiempos; entre su naturaleza de don y gracia, y su verdad de tarea y compromiso vital. La unión de ambos momentos o dimensiones es radical e indisoluble. Para mostrarlo, la encíclica lee distintos pasajes neo testamentarios y apunta una conclusión muy interpelante:
La esperanza cristiana transforma desde dentro la vida y el mundo…aunque las estructuras externas permanezcan igual…los cristianos… pertenecen a una sociedad nueva, hacia la cual están en camino y que está anticipada en su peregrinación(n 4).


3) La fe cristiana, sigue diciendo la Spe Salvi, ¿es para nosotros, también, y ahora, una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida, o es sólo información de unos hechos salvíficos más o menos
arrinconados o privatizados? (n 10). La esperanza cristiana no es individualista, una expectativa privada de entrar en el cielo (n 13). Ésta ha sido nuestra manera de verla durante siglos, pero no debe
ser así; la salvación cristiana es comunitaria y personal, porque ser hombre es vivir existencialmente abiertos a un nosotros, a un pueblo, a un sujeto universal que mira como su anhelo a la comunidad de los salvados; y, por eso mismo, a la construcción del mundo presente(n15).


4) Y, ¿qué ha pasado para que la fe-esperanza cristiana haya sufrido la transformación individualista y espiritualista de la época moderna? (n 16). La modernidad ha propuesto otra redención y la ha fundado en la libertad individual y en la razón científica; ha creado, así, otra fe, la fe en el progreso, y, con su praxis consiguiente, ha desplazado a la fe cristiana desde el ámbito público e histórico al privado y ultramundano (n 17).
La actual crisis de fe (cristiana) es, por tanto, crisis de la esperanza cristiana, crisis de su propuesta salvífica universal frente a la fe en el progreso tecno-científico y su esperanza de cortas miras.


5) Este proceso cultural ha adquirido significados políticos (n 19), cuando la esperanza redentora moderna cristaliza, primero, como revolución francesa (revolución liberal-burguesa de la libertad y la
razón) (siglo XVIII); y, después, como revolución proletaria (siglo XIX), revolución de la política con pretensiones científicas (n 20), y obediente a un materialismo craso y ajeno al ser humano en cuanto tal.




6) Luego, ¿qué autocrítica no necesitará la edad moderna al dialogar con el cristianismo del presente y su concepción de la esperanza? ¿Cómo no va a ser un diálogo purificador, TAMBIÉN PARA NUESTRA COMPRENSION DEL CRISTIANISMO? En particular, necesitamos reconsiderar la idea de progreso y su significado; técnico, sí, pero también y aun antes, radicalmente humano (n 22) y, por tanto, ético, y si ético, religioso, pues, sin el reconocimiento de Dios, el hombre queda sin esperanza.

La razón necesita de la fe para llegar a ser totalmente ella… razón y fe se necesitan mutuamente para realizar su verdadera naturaleza y misión (n 23).


(Es evidente, -añado por mi parte-, que éste es un lugar irrenunciable de la reflexión filosófica y ética de Benedicto XVI y de toda la Doctrina Social de la Iglesia. Lo cual es muy razonable, pero debemos pensar formas de argumentar que diferencien bien cuándo hablamos a la luz de la revelación (fe) y cuándo de la sola inteligencia humana (razón). Como fuentes convergentes y coherentes, desde luego, pero que admiten distinta pretensión en cuanto a la certeza, y distinta clase de competencia para nosotros.
Lo cual es muy importante al aclarar el lugar de la Iglesia en unasociedad democrática y políticamente aconfesional (muchos hoy dirían “laica”), y al precisar la autonomía, la interdependencia, y el mutuo respeto de la política a la fe y de la fe a la política.


7) La libertad humana, la libertad personal y comunitaria, es insoslayable e irrenunciable, siempre, y las estructuras también son necesarias (n 24a). Las buenas estructuras ayudan, pero por sí solas, no bastan (n 25).
El cristianismo histórico ha hecho cosas muy buenas por la formación de los hombres y por los pobres, pero se ha concentrado en gran parte sólo sobre el individuo y su salvación (n 25). Sólo el Amor incondicionado del Dios Amor, manifestado en Cristo, en su ser para todos, nos redime plenamente, a todos y cada uno; sólo esa realidad nos redime en esperanza total y absoluta (n 27). De la experiencia personal del Dios-Amor al amor profundo a Dios. De este amor deriva nuestra participación en la justicia y en la bondad de Dios hacia los otros… el amor de Dios se manifiesta en la
responsabilidad por el otro (n 28). Y de ese amor deriva la libertad interior, la generosidad y el desprendimiento, la responsabilidad de todos con todos. Porque la esperanza del mundo es Dios, el Dios que tiene un rostro humano, un rostro de amor, el Dios cuyo reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza (n 31). Hay lugares precisos donde esto se aprende y se practica (nn 32-48).

8) Los lugares de aprendizaje y ejercicio de la esperanza cristiana son, por ejemplo, la oración (n 32): en el mundo y sincera, solidaria, honda y madura; y lo es el actuar desde la esperanza que nos redime del cansancio, el desánimo y el fanatismo. Y, sobre todo, una advertencia: No podemos construir el reino de Dios (n 35) con nuestras fuerzas, pues lo que construimos es siempre reino del hombre… el reino de Dios es un don… y constituye la respuesta a la esperanza (n 35), si bien, nuestro obrar no es indiferente ante Dios… y tampoco es indiferente para el desarrollo de la historia (n 35).


9) Otro gran lugar de aprendizaje y práctica de la esperanza es la experiencia personal de sufrimiento y, en su caso, de lucha contra él. Es lógico y digno luchar por la desaparición del sufrimiento, pero, ante situaciones de imposibilidad, hemos de encontrar ahí un sentido redentor a la luz de Cristo (n 37). Y aquí desarrolla la encíclica una gran reflexión sobre el sufrimiento y los que sufren (n 38), convencido el Papa de que es ahí donde se juega la grandeza de la humanidad.


10) El Juicio final, puesto en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, es el último lugar de aprendizaje y práctica de la esperanza que se nos propone. No es el hombre quien puede hacer justicia absoluta, sino sólo Dios, y Dios no falla. En Cristo, Dios revela su rostro precisamente en la figura del que sufre… y comparte la condición del hombre abandonado por Dios, tomándola consigo.
Este inocente que sufre se ha convertido en esperanza-certeza: Dios existe (n 43). La justicia es el argumento más fuerte a favor de la fe en la vida eterna, y lo es en cuanto justicia absoluta o final contra las injusticias de la historia (n 43).

Sólo Dios puede crear justicia absoluta para todos, sin provocar miedo en los hombres, pero sí
responsabilidad ante ese día y hora (n 44). La gracia no excluye la justicia. Eso sí, la abre plena de oportunidades a la salvación. (n 49-50).